sábado, 1 de marzo de 2014

EL COLOR VIOLETA

Hace algunas décadas, en nuestra cultura el color violeta era considerado un color "de viejas". Además de los devotos del Señor de los Milagros, quienes usaban el violeta eran, efectivamente, señoras "entradas en años". En los varones era impensable el uso de tal color. Pero los años han pasado, la cultura se ha transformado, y hoy en día el violeta (o morado) es el color de moda entre las jóvenes, quienes lo visten en polos, mallas y chompas, mientras que los varones lo usan en camisetas deportivas y pantalones. Detrás de estos cambios en las preferencias por un color hay significados que cada época y cultura le atribuyen. Conozcamos un poco más acerca del significado del color violeta.


Color mixto, sentimientos ambivalentes
En ningún otro color se unen cualidades tan opuestas como en el violeta: es la unión del rojo y del azul, de lo masculino y de lo femenino, de la sensualidad y de la espiritualidad. La unión de los contrarios es lo que determina el simbolismo del color violeta. El violeta tiene un pasado grandioso. En la antigüedad era el color de los que gobernaban, el color del poder. Este violeta es el color púrpura.



Lilas, violetas y violencia
Es curiosa la proximidad fonética de "violeta" a "violencia". En italiano, "violeta" es viola, "violencia", violenza, y violare, violar. En Inglaterra y Francia, "violencia" es violence, y violación, violation. Es históricamente plausible que esta relación tenga que ver con el color púrpura, pues el púrpura violado era en la antigüedad el color de los poderosos. De ese modo, el color de la violeta se convirtió, junto al nombre de la púrpura, en el color del poder y de la violencia.



¿Cómo es el color púrpura?
La púrpura antigua se hacía con la tinta de un molusco. Este molusco vive en el mar; su concha de rayas pardas y blancas está provista de grandes pinchos, y tiene una cola en forma de tubo. Se encuentra por todo el Mediterráneo, y aún hoy se vende en los mercados, aunque no para teñir con él, sino para comerlo, pues es un apreciado marisco, un frutto di mare.

Para obtener el tinte púrpura se necesita la mucosidad incolora que segrega el molusco. Esta mucosidad contiene el principio del tinte -antes se creía que la púrpura era la sangre del animal-. En primer lugar se llenaban las calderas de moluscos y se dejaba que se pudrieran, con lo que se obtenía más mucosidad además de un hedor insoportable por el que las ciudades tintoreras eran famosas.

A continuación, las calderas de moluscos podridos se ponían al fuego durante diez días. El olor aumentaba, y el líquido se reducía: 100 litros de este pestífero líquido se quedaban en 5 litros de extracto. Este extracto era turbio y de color amarillento, el mismo que adquirían los tejidos de lana y de seda después de haber sido sumergidos en él. Después se ponían a secar al sol, y el amarillo sucio iba transformándose: primero en verde, después en rojo y finalmente en violeta -en púrpura-.



El color del poder
Ya el Antiguo Testamento menciona el púrpura como el color más preciado. Los púrpuras azul y rojo provienen de distintas variedades de molusco, y sus tonos variaban según las sustancias secretas que se les añadía. El "rojo escarlata", el segundo color más costoso de la antigüedad, era el rojo carmesí.

La preparación de una vestidura púrpura duraba años: a través de las rutas de las caravanas se transportaba la seda de China a Damasco, en Siria, y allí la tejían los mejores tejedores de seda del mundo; y después se llevaban los tejidos a Tiro, en Fenicia, donde se teñían de púrpura. De Tiro partían luego las telas teñidas hacia Alejandría, en Egipto, donde eran bordadas en oro.

En el imperio romano sólo el emperador, su esposa y el heredero podían llevar túnicas de color púrpura. A los ministros y altos funcionarios se les permitía llevar sólo una orla púrpura en la túnica. Llevar algo de color púrpura estaba castigado con la pena de muerte. Julio César decretó que los senadores podían llevar fajas de color púrpura en la toga, pero él era el único que podía llevar la túnica púrpura. Cleopatra, reina de Egipto, que no tenía que obedecer el decreto de César, tiñó de púrpura la vela de su barco.

El púrpura siguió siendo el color del poder mientras hubo auténtico púrpura. Las telas teñidas de púrpura llegaban a occidente sólo como regalos de los emperadores bizantinos. El manto púrpura que llevó Carlomagno cuando fue coronado era un regalo de Bizancio.

Pero desde 1453, cuando Constantinopla fue conquistada por los turcos, la púrpura desapareció. Las tintorerías imperiales fueron destruidas y los tintoreros asesinados. El ocaso del Imperio Romano de Oriente fue también el fin del teñido con púrpura de molusco. Desde entonces fue el carmesí, el tinte rojo de los quermes, el color más preciado. Y así se volvió rojo el púrpura.



El color de la teología
En el acorde de la devoción, el blanco es el color divino, el negro, el color político, y el violeta el color de la teología.

La única institución pública cuyos ministros visten de violeta es la Iglesia católica. Es el color de obispos y prelados, cuyas sotanas, en los actos oficiales, son de color morado. Pero en sus sotanas negras de diario también se reconoce el rango: la de los obispos tiene botones violetas, y las de los cardenales botones rojos.



El color de la penitencia y de la sobriedad
Como color litúrgico, el violeta es el color de la penitencia. En la confesión, el sacerdote lleva una estola violeta. Y los confesionarios tienen casi todos cortinas de color violeta.

El violeta es el color del tiempo de ayuno en el adviento y del tiempo de cuaresma que precede al domingo de Resurrección; en estos días, todos los sacerdotes católicos visten de violeta cuando dicen la misa. En muchas iglesias se cubren los crucifijos durante la Semana Santa con paños morados.

En el simbolismo cristiano, el violeta es el color de la humildad. La contradicción evidente con el simbolismo del púrpura violeta como color del poder, la resolvió la Iglesia de esta manera: los soberanos gobiernan mediante la fuerza, mientras que los cardenales y la Iglesia lo hacen mediante la humildad.



El color de la vanidad y de todos los pecados "bonitos"
El significado eclesiástico del violeta se opone al efecto del violeta profano. Incluso puede decirse que el violeta es el color de todos los pecados "bonitos".

Como color de los pecados bonitos, el violeta es, naturalmente, femenino. Esto se muestra en los nombres de mujer "Viola", "Violetta" o "Violeta". Todos los nombres violetas de mujer son nombres de flores. Yolanda es violeta en griego. Del brezo violeta o erica procede el nombre Erika, antes muy popular en Alemania. Tenemos también los nombres Hortensia, de la flor de color lila rosado, y Malvina, de malva. Y del francés lilas, lila, el nombre Lila. Aunque el violeta es el color de la Iglesia, no existe ningún nombre violeta de varón.



El color de la sexualidad pecaminosa
El más bello de todos los pecados es -para muchos- el sexo. Sólo acompañado del violeta adquiere el rojo un sentido inequívocamente sexual. El rojo, el violeta, el negro y el rosa, dispuestos en el orden que se quiera, forman el acorde de la inmoralidad, lo seductor y la sexualidad. En el violeta hay más sexo que en el rojo. Esto es lo misterioso del violeta.

Oscar Wilde se refirió al sexo prohibido como "las horas violeta en el tiempo gris". Y el poeta Keats fantaseó sobre "el palacio de los dulces pecados, tapizado de violeta".

En Estados Unidos se prepara un cóctel tan famoso como temido, cuyo nombre es purple passion, y que por su elevado contenido de alcohol invita al sexo desinhibido.



El color del feminismo
El movimiento feminista comenzó con la lucha por el derecho de las mujeres al voto, por el derecho al suffrage, esto es, al sufragio; por eso se llamaron aquellas mujeres suffragettes, sufragistas. Esta lucha empezó hacia 1870 en Inglaterra, cuando estaban excluidos de este derecho los presos, los enfermos mentales recluidos en los manicomios, los asociales enviados a los correccionales y las mujeres, independientemente de su honradez, inteligencia o fortuna.

En 1908, la inglesa Emmeline Pethick-Lawrence popularizó los tres colores del movimiento feminista: violeta, blanco y verde. Su explicación: "El violeta, color de los soberanos, simboliza la sangre real que corre por las venas de cada luchadora por el derecho al voto, simboliza su conciencia de la libertad y la dignidad. El blanco simboliza la honradez en la vida privada y en la vida política. Y el verde simboliza la esperanza en un nuevo comienzo".

Tenían que ser tres colores, pues desde la Revolución francesa las bandera tricolores eran el símbolo de todos los movimientos liberadores. Y sobre todo: tenían que ser colores que hubiera en el armario ropero de toda mujer y que no implicaran adquisiciones caras. Además los colores debían parecer cotidianos, pero reconocerse sin confusión posible como los colores del movimiento femenino; este efecto identificador no podía conseguirse con un solo color.




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